El sentimiento de culpa no nos ayuda, nos encadena.
Poder llegar a ser la madre que cada uno de nuestros hijos necesita que seamos no es tarea fácil y en ocasiones incluso podemos llegar a sentir culpa si no cumplimos con las expectativas que nos proponemos.
Cuando devenimos madres algo mágico, extraordinario y a su vez muy nuevo nos sucede tanto a un nivel físico como emocional. Solemos tener la intención y la voluntad de criar a nuestros hijos conscientemente acorde a sus necesidades. No obstante, cada una de nosotras proviene de un lugar distinto por tanto nuestra capacidad de responder a dichas necesidades dependerá en gran medida de nuestra madurez emocional y del grado de amparo o desamparo que tuvimos nosotras siendo niñas. Una cosa es lo que nos gustaría poder dar y otra, muy distinta, lo que en realidad podemos y somos capaces de ofrecer a nuestros hijos.
La culpa nos suele invadir a muchas mamás que tenemos que salir a trabajar fuera por motivos económicos o porque honestamente no podemos estar todo el día a cargo de nuestros hijos. Que los niños necesitan de la atención, el cuidado y la mirada de mamá es una necesidad básica. No obstante, mamá necesita estar conectada consigo misma y sentirse feliz, completa y amparada para poder estar presente y acompañar a su hijo. Si mamá no está emocionalmente ni físicamente bien no podrá acompañar a su hijo tal y como él lo necesitará. Las necesidades de mamá también juegan un papel muy importante a la hora de poder maternar. Hay madres que eligen dejar de trabajar fuera de casa para poder dedicarse plenamente a sus hijos y sin embargo les invade una sensación de ahogo al no poder disponer de suficiente tiempo para ellas. Poder acompañar a nuestros hijos día y noche y a su vez satisfacer sus necesidades de lactancia, colecho, juego, mirada, atención, presencia… requiere de un grado de madurez emocional que muy pocas tenemos. Dar lo que no se tuvo cuesta y a su vez duele. Ser conscientes de ello es el primer paso para poder llegar algún día a poder darlo.
Hay madres trabajadoras que pasan pocas horas al día con sus hijos pero cuando están con ellos tienen la capacidad de conectar con sus verdaderas necesidades de presencia, mirada, amparo, juego… y las pueden satisfacen. No por simplemente pasar más horas con nuestros hijos tendremos mejor relación y una mayor conexión emocional con ellos. Si estamos conectadas y además pasamos largas horas con ellos eso será el paraíso.
La realidad actual es muy distinta. Podemos disponer del tiempo, las ganas y la economía suficientes para elegir quedarnos en casa al cuidado de los hijos y sin embargo no poder sostener dicha demanda emocional. También hay madres que sí podrán conectar y satisfacer las necesidades tanto básicas, emocionales, motrices e intelectuales de sus hijos pero que sus circunstancias les obligan a salir fuera a trabajar. Hay que buscar la mejor opción para cada familia e intentar que sea lo más a favor de las necesidades de los niños posible.
Los niños necesitan ser mirados, tenidos en cuenta y sentirse amados incondicionalmente por como ya son sin nuestras expectativas de cómo deberían ser. La culpa nos impide dicha conexión con ellos ya que hace que estemos más pendientes de QUÉ es lo que deberíamos estar haciendo o QUÉ es lo que No estamos haciendo. Miremos lo que SÍ estamos haciendo y lo que verdaderamente importa es el estado emocional tanto del niño como de la madre. Un madre feliz, contenta, consciente de sí misma, conectada con su verdadero ser podrá ver, escuchar, acompañar y sentir más y mejor a sus hijos. La culpa nos aleja de nuestro ser esencial.
Algunas madres nos sentimos culpables por cosas que hicimos o dijimos en un pasado. Quizás tenemos más de un hijo y nos damos cuenta de que después del segundo o el tercero queremos y necesitamos hacer las cosas desde otro lugar. Tomamos la decisión de que ya no queremos seguir los mismos pasos que antes y nos invade esa culpa por no haberlo podido hacer antes. Lo más importante y necesario, en mi opinión, es aceptarnos tal y como somos realmente y desde allí el primer paso para el cambio será la aceptación. Cambiar siempre es posible si primero hay una toma de conciencia. Los errores del pasado sólo requieren de corrección y si hay algo que no se puede cambiar o corregir siempre lo podremos nombrar o explicar y de este modo sanarlo al disculparnos por ello.
No hay nada que sane y conecte más a madre e hijo que una conversación honesta, sincera y humilde hablando desde nuestro corazón sobre todo aquello que nos hemos dado cuenta que ya no queremos seguir haciendo del mismo modo.
Nuestros hijos no necesitan madres perfectas sino madres sinceras, humildes, autenticas, conectadas y honestas consigo mismas y capaces de mostrar su vulnerabilidad.