PRESENCIA, estar en el aquí y el ahora: no hay niño en el mundo que no necesite de la presencia de sus padres, principalmente de su madre durante la primera infancia. Estar presente no es simplemente acompañar o compartir un espacio, estar presente es estar por y para los niños con toda nuestra atención, tanto si son pequeños como adolescentes y, de ser posible, con los cinco sentidos. Los niños necesitan de nuestra presencia para sentirse merecedores, valiosos e importantes. Muchos niños nos demandan continuamente, precisamente porque sienten esa falta de atención genuina. Es como si no se acabaran de llenar, emocionalmente hablando, y tuvieran hambre constantemente. Un niño necesita llenarse de mamá. Cuando les damos esos momentos valiosos como el oro es cuando todo empieza a cambiar; dar presencia a nuestros hijos es mágico. No nos damos cuenta pero pasan las horas, los días, los meses e incluso los años y no estamos presentes con ellos. Eso deja rastro en nuestras relaciones. Nos cuesta pararlo todo y simplemente estar presentes un rato, aquí y ahora, compartiendo o haciendo algo con nuestros hijos. ¿Cuándo fue la última vez que elegiste estar presente con tu hijo por el mero hecho de pasar un rato juntos? Solemos estar por obligación y no por elección, y esa es la gran diferencia. Ellos lo perciben y lo saben. Muchos padres y madres necesitan huir constantemente porque permanecer con sus hijos los ahoga. Esta falta de conexión emocional es la base de todos los conflictos.
VALIDAR emociones y necesidades: es importante poner en palabras y traducir lo que cada niño siente o necesita; es decir, legitimarlos es vital para que ellos noten que son escuchados, aceptados, respetados y amados incondicionalmente a pesar de su malestar o de su actitud. ¿Qué le puede enseñar un adulto a un niño sobre emociones? Los adultos tuvimos que reprimir gran parte de nuestras emociones y hoy las manifestamos de forma automática. Los niños son expertos del sentir. Simplemente necesitan de adultos que puedan escucharlos, acompañarlos y respetarlos. Muchos adultos tendemos a minimizar, ignorar e incluso negar lo que sienten o necesitan los niños. La compasión de los niños es enorme; aun cuando no podamos satisfacerlos, si los validamos nuestros hijos pensarán y sentirán: “Mamá me comprende, tengo derecho a sentirme así o a necesitar esto”. Cuando validamos lo que un niño siente o necesita, él se relaja y empieza a sentirse mucho mejor aunque no pueda obtener lo que desea, quiere o necesita. Lo que más frustra al niño no es el hecho de no poder obtener lo que necesita, sino el ver y sentir que son negados, que su sentir no es considerado correcto, que sus padres o los adultos no los comprenden, que no están de su lado.
Te propongo tomar conciencia de las cosas que solemos decirles a los niños:
“Tienes que ir atado en el coche, ya te lo hemos dicho muchas veces, no empieces otra vez”.
“Ya te he dicho que no queda más agua, ya basta de tanto llorar, no ves que la botella está vacía”.
“No te pongas así, ya compraremos otro juguete, no es para tanto”.
“Ya te he dicho que no tengo nada más para la merienda, o te comes esto o no comas”.
“Ya es tarde, hay que irse a cenar. No empieces otra vez”.
“¿Cuántas veces te he dicho que no se pega?”
Cuando decimos frases como estas, no tenemos en cuenta lo que el niño siente o necesita. Solo vemos su comportamiento y lo que queremos que haga o deje de hacer. No vemos qué es lo que hay detrás de su actitud ni lo que la alimenta y le provoca el malestar, ni nuestra responsabilidad frente a la situación.
Veamos qué podríamos decir para validar al niño:
“Cariño, no te gusta ir atado, ¿verdad? Te gustaría estar más libre, te molesta el cinturón… A mí también, pero es que por seguridad tenemos que llevarlo. ¿Quieres que pare de vez en cuando por si necesitas quitártelo un rato? Me avisas, ¿vale?”
Al sentirse comprendido es mucho más probable que el niño no necesite resistirse. Y si le recordamos que podemos parar el coche si lo necesita, es muy probable que no sienta la necesidad, ya que le basta con que mamá sepa que no está a gusto y esté pendiente de él.
“Tienes mucha sed, ¿verdad? Y no puedes esperar. Cómo me gustaría haber traído más agua. La próxima vez traeré dos botellas. ¿Jugamos a algo mientras esperas a que lleguemos a casa?”
Tener sed es una necesidad legítima. En vez de enfadarnos con él por pedir agua insistentemente, podríamos ver que también es nuestra responsabilidad que no les falte nada mientras están en el coche, ya que sabemos que, para un niño, tener que ir atado sin poder moverse en un espacio pequeño y, además, tener sed, puede resultar muy molesto. Si, además, el adulto no lo comprendo ni puede empatizar con su situación, puede llegar a ser muy frustrante.
“¿Has perdido tu muñeco favorito? Te gustaba mucho y ahora estás muy triste. ¿Qué podemos hacer? ¿Quieres buscarlo un rato más o prefieres que intentemos encontrar otro parecido?”
Si nosotros perdiéramos algo de valor, también nos gustaría que nuestra pareja o alguna amiga nos ayudaran a buscarlo o a encontrar una solución.
“No te apetece lo que te he traído de merienda. Preferías otra cosa. A veces no acierto. Ahora no tengo nada más para ofrecerte, lo siento. ¿Quieres esperar a llegar a casa y comes otra cosa o te comes un poco de esto?”
También podríamos preguntarle qué es lo que le gustaría para el próximo día y de este modo vería que sus gustos y preferencias son importantes para nosotros. Hoy no le podemos satisfacer pero mañana sí, estamos de su lado y él así lo siente.
“No quieres irte todavía, ¿verdad? Te lo estás pasando muy bien. Ya lo veo cariño, pero es que papá ya habrá llegado y tenemos que cenar. ¿Quieres que volvamos mañana? Nos quedamos cinco minutos más y vamos, ¿de acuerdo, cariño?”
Es importante avisar a los niños con tiempo si necesitamos irnos de un lugar, ya que ellos viven el presente con mucha intensidad. Los adultos solemos estar más en el pasado o en el futuro y se nos olvida vivir el ahora. Tener que marcharse de un lugar puede ser una experiencia muy dolorosa para un niño. Llevarse algo de ese lugar (una piedra, ramita, hoja, arena…) puede ayudarle. Incluso tomar una foto le puede aliviar. Siempre hay algo que podemos hacer por y para ellos.
“Estas muy enfadado con tu hermano, ¿verdad? No te gusta que te quiten las cosas de la mano. A mí tampoco, pero pegar duele y es mucho mejor decirnos las cosas. ¿Cómo crees que se siente él ahora? ¿Quieres decirle a tu hermano que no te gusta que te quite las cosas de la mano o prefieres que se lo diga yo?”
Podemos fomentar valores en vez de imponer reglas como el “no se pega”.
Cuando validamos, no hay crítica, ni juicio, ni atacamos a la otra persona. Validamos lo que siente o necesita y hablamos de su comportamiento, no de su ser. Así, el niño siente que lo entendemos. Al sentirse comprendido le será más fácil cooperar, ya que habrá conexión emocional y no se sentirá negado ni rechazado.
NOMBRAR, decir la verdad: Hablar sobre los hechos o sobre lo que sentimos es muy importante para que los niños puedan comprender lo que sucede a su alrededor. Pensamos que los niños no entienden, o que no se dan cuenta de la realidad y solemos mantenerlos al margen de muchas experiencias que pueden confundirlos. También solemos limitarlos o controlarlos sin explicarles nuestros motivos. En muchas ocasiones, los adultos no somos coherentes con lo que pensamos, sentimos, hacemos y decimos, y ellos lo notan. Los niños no se comportan como les decimos, sino como nos ven hacer. Sobre todo cuando algo nos afecta emocionalmente es legítimo expresarlo. Es importante que cuando nuestros hijos estén con otras personas también les demos voz nombrando esa realidad.
Imaginemos algunas situaciones:
Estamos en casa de algún familiar y la abuela o un tío dicen, por ejemplo:
“No toques eso que lo vas a romper”.
Esto es una sentencia y un juicio debido al miedo que siente el adulto.
“No corras tanto por la casa, siéntate y pórtate bien”.
En este caso, el adulto solo conecta con su necesidad de calma y no con la necesidad motriz del niño.
“¿Qué no me quieres? Si no me das un beso, no te quiero”.
Así, el adulto se victimiza y hace responsable al niño de su malestar, obligándolo y amenazándolo.
Veamos algunas maneras diferentes de dirigirnos a los niños frente a las mismas situaciones.
“¿Quieres ver ese jarrón tan bonito? Es muy delicado y la abuela tiene miedo de que se rompa, cógelo con mucho cuidado o, si prefieres, te lo enseño yo”.
“Cariño, algunos adultos se ponen nerviosos cuando los niños corretean. Si necesitas moverte podemos salir un momento al parque y luego volvemos”.
Una vez en el parque, podemos explicar que portarse bien no tiene nada que ver con su necesidad motriz. Y que, para el tío, portarse bien es hacer lo que él quiere y necesita. Podemos decirle que a algunos adultos les cuesta entender a los niños. Lo natural para un niño es moverse; lo anti-natural es pedirle que no se mueva cuando su cuerpo sí lo necesita. Pensamos que los niños tienen actitudes anti-naturales y la triste verdad es que ellos tienen actitudes totalmente naturales en entornos anti-naturales. El problema es que no vemos la necesidad del niño, sino solo la del adulto.
“Cariño, no te apetece dar un beso, ¿verdad? Le podríamos explicar a la abuela lo siguiente: Sonia sí te quiere, simplemente es que ahora no le apetece darte un beso, quizás luego sí. Si necesitas un beso ahora mismo puedo dártelo yo”.
Dar voz a nuestros hijos es una inversión de futuro, los empodera y los mantiene seguros de sí mismos, a la vez que respetamos a los demás. Sé que puede parecer muy difícil al principio hablar de este modo a un adulto, ya que nos preocupará más lo que el adulto pueda pensar que lo que nuestro hijo pueda sentir o necesitar. ¿Realmente te preocupa más ese adulto que tu hijo? ¿Qué es lo que verdaderamente te impide ponerte de lado de tu hijo, darle voz y protegerlo emocionalmente? Nombrar la verdad no debería hacer daño a nadie. Si nos fijamos, en los ejemplos anteriores hemos validado al adulto nombrando su verdad, su sentir y su necesidad: Se pone nervioso, tiene miedo de que se rompa algo, piensa que no le quiere. Eso que le pasa al adulto es lo que hace que le hable de esa manera al niño. No criticamos la actitud del adulto, simplemente damos voz a la necesidad del niño.
Otra situación muy típica sucede cuando los niños necesitan moverse al comer o al estudiar, o les apetece comer algo con las manos. Esto incomoda a muchos adultos, ¿verdad? Hay adultos que dicen:
“Siéntate bien y come como Dios manda”.
La verdad es que el comportamiento del niño le molesta, y el adulto no sabe cómo gestionar eso que le pasa. Por tanto, cuando no sabemos controlar nuestras emociones, necesitamos controlar a los demás. Eso es abuso emocional y violencia pasiva. No es que el niño esté haciendo nada malo. Este adulto simplemente le hace al niño lo mismo que le hicieron a él de niño, y es incapaz de conectar con la realidad infantil. Él solo siente su propio malestar, y no percibe la necesidad del niño debido a su creencia limitante de que en la mesa las personas deben permanecer quietas. Él olvidó (ya que nadie respetó ni nombró) que él mismo, cuando niño, también necesitaba moverse. Él tuvo que reprimir esa necesidad y hoy su reacción emocional es automática, descontrolada y contra su propio hijo.
En cambio, podríamos decirle la verdad al niño:
“Cariño, me molesta y me pongo muy nervioso cuando te mueves tanto en la mesa (probablemente porque a mí tampoco me dejaban). Es algo mío, ya sé que necesitas moverte, pero ¿y si primero vas a correr un rato y luego vienes a comer más tranquilo? Gracias, mi amor”.
En este ejemplo, estaríamos validando la necesidad del niño y nombrando la nuestra. Esta actitud nos conecta emocionalmente, ya que crea intimidad emocional entre padres e hijos. Mostrar nuestra vulnerabilidad nos humaniza. A mayor conexión, mayor cooperación.
INTIMIDAD EMOCIONAL, conectar con el otro: La intimidad emocional es vital para crear un ambiente seguro en donde haya comunicación conectiva, emocional y empática. Esa intimidad emocional solo la podemos crear los adultos (los padres y las madres, principalmente) cuando compartimos desde nuestro ser, cuando somos honestos y sinceros con los niños. Comunicarnos con nuestros hijos no significa interrogarlos para que nos cuenten sus cosas, sino más bien crear un ambiente lo suficientemente seguro e íntimo, libre de juicios y críticas, para que se sientan libres de compartir, si así lo desean o necesitan.
Estos cuatro pilares no son métodos ni estrategias para que los niños sean como nosotros deseamos y nos obedezcan, sino que sirven como herramientas para crear un ambiente seguro, pacífico y amoroso. Cuando nos sentimos seguros, amados, en paz y en armonía, nos relacionamos mejor los unos con los otros, nos conectamos emocionalmente, tanto los niños como los adultos, y solemos cooperar más. De esta manera, los intereses, los deseos y las necesidades de todos son tenidos en cuenta. El objetivo es tener relaciones más pacíficas y amorosas, libres de juicios y críticas. Complacer al otro debería ser una elección cuando se ama y se es amado, no una obligación.
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Te deseo una profunda y consciente lectura, Un millón de gracias por estar aquí y ahora.