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MI HISTORIA DE

SUPERACIÓN PERSONAL

Yvonne Laborda

La persona que hoy escribe estas líneas nada tiene que ver con quien era hace 30 años atrás. Quien soy hoy es el resultado de una gran historia y proceso de superación personal puesta al servicio de los demás, especialmente al servicio de todos los niños del mundo. No solamente los niños de nuestra vida, sino también los niños que un día todos fuimos. 

Lamentablemente, vengo de una infancia y adolescencia muy dolorosa y traumática. La niña y joven que un día fui sufrió casi todo lo que una niña o niño jamás debería haber vivido, experimentado o visto: Violencia, abusos, abandono,  soledad… 

 No siempre fue así. Todo empezó cuando volvimos de Australia en 1982… 

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Yo nací en Barcelona en 1971. En aquella época mis padres eran dos jóvenes adultos con dos “inmensos niños interiores heridos” con una gran necesidad de huir y ansias de grandeza y aventura. Cuando yo tenía 5 años decidieron dejarlo todo e ir a viajar por el mundo. Después de casi un año viajando por Europa y Asia decidieron quedarse un tiempo en Australia. Casi 4 años después nació mi hermana Jennyfer con quien me llevo casi 9 años.

Mi padre tenía una gran necesidad de triunfar y ganar dinero y demostrarse que había logrado lo que siempre había deseado. Quería jubilarse y dejar de trabajar y ser rico a los 40 años. No sé de dónde le venía esa necesidad. Desafortunadamente no lo logró.

Los deseos ansiosos de mi padre no se cumplían y poco a poco se fue transformando en otra persona. Alguien depresivo, adicto, machista, agresivo, violento… Mi madre siempre estaba allí a su lado resignada y siguiéndole en todas sus decisiones. Dependiente de él.

Al cabo de 4 años en Australia decidieron volver a España. Las cosas no iban como esperaban y la verdad es que nunca he sabido exactamente qué les hizo volver. Había problemas económicos y empezaron las discusiones y malas palabras. Volvimos a España después de estar viajando por Asia y Europa de nuevo, esta vez con una hija más que en aquel entonces tenía solamente 2 años. 

Durante esos meses de viaje ya empezaron los problemas graves entre mis padres y nada más llegar a España, Manresa concretamente, mi padre empezó a ser muy violento con las 3. 

A partir de entonces en mi escenario de infancia y el de mi hermanita había mucha violencia activa física y verbal por parte de mi padre. Nos pegaba palizas increíbles a mi madre, a mi y a mi hermana. Recuerdo un día que me dejó tantas marcas de la hebilla de su cinturón por todo el cuerpo y en un ojo que me hizo ponerme manga larga en verano y usar unas gafas muy oscuras. Esa paliza (que nunca olvidaré) fue cuando mi madre ya se había ido de casa una noche a oscuras por no poder soportar estar más con él. Yo ayudé a mi madre a “escapar”. No obstante, esa noche mi madre se olvidó de un importante detalle: Sus dos hijas. Se fue sola, me dejó allí, nos dejó allí con él. 

Recuerdo aquella noche como si fuera ahora mismo. La ayudé en todo para poder “escaparse” y vi como se metía en aquel taxi y se fue. Mi madre me abandonó, me dejó allí en medio de la calle sola… Me quedé en la cera de nuestra calle en silencio. Mirando como se alejaba aquel taxi con mi mamá dentro. No me lo podía creer, mi madre… se había ido… Yo solamente tenía 11 años. Lagrimas caían sin parar por mi cara, no podía entender porqué nos dejaba con él. No podía entender porqué no se nos llevó con ella. Ese “¿Por qué, por qué, por qué?” me atormentó muchos años de mi vida. ¿Por qué no se nos llevó con ella? Me repetía una y otra vez. 

Mi padre en aquel entonces trabajaba en una discoteca algunas noches y esa noche no estaba en casa. Yo tenía pánico de que volviera y viese que mamá se había ido.

Lo que ocurrió esa noche me lo reservo. No puedo ponerlo en palabras. Es demasiado doloroso. Me dolía todo el cuerpo, especialmente las partes hinchadas por los latigazos y la hebilla.

Pasamos casi 3 años con papá en ese estado. Ya te puedes imaginar el infierno. Fui testigo de palizas a mi hermana de 3 y 4 años. No poder salvarla de él me mataba por dentro. Me dolían más los golpes a ella que los míos propios. No podía soportar sus llantos y gritos. Jenny creció con mucho miedo y yo con mucha rabia e impotencia. 

Fui una niña muy triste, sola, reprimida, insegura, silenciada, ignorada y que tuvo que sobrevivir sola al cuidado de una hermana 9 años menor. Yo solamente tenía 11 años. Pasaron 3 años y a mis 14 años nuestra madre, después de varias visitas, finalmente, cuando hubo encontrado otra pareja, nos vino a buscar para que fuéramos a vivir con ella. 

Yo no deseaba irme con ella, pero tampoco podía ni quería quedarme con papá. Finalmente, en julio de 1985 nos fuimos a vivir a Lleida con ella y su pareja. Mi padre me suplicó que no le dejará.

Os confieso que a pesar del daño físico que mi padre me hizo todos esos años y un intento de abuso sexual, sé que me quería con locura. Cuando perdía el control y se volvía loco y me pegaba era otro, estaba como poseído, pero siempre volvía con lágrimas en los ojos pidiéndome perdón y jurándome que nunca más lo volvería a hacer. Yo le creía todas las veces, pero volvía y volvía a pegarme, a pegarnos… Fue un infierno. Lo peor de todo es que él se daba cuenta de lo que hacía. 

 

Mi padre estaba enfermo, siempre he pensado que rozaba la esquizofrenia por la mala infancia que él también tuvo. Años después investigué en sus infancias. Su padre murió cuando él tenía solamente 4 años y su madre le maltratada severamente. Toda esta información la busqué ya de mayor para poder llegar a comprender cómo un padre y una madre pueden llegar a dañar tanto a sus dos hijas. También descubrí (años más tarde) que mi madre quiso dejarme con una de mis tías, la que vivía en Francia, cuando se fueron a viajar. Querían ir sin mi. No obstante, mi tía, su hermana, le dijo que eso no lo podía hacer y finalmente se me llevaron con ellos. 

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Ese verano nos fuimos las dos a vivir con mi madre y Miquel, su nueva pareja. Ese hombre salvó a mi madre de un final fatal. Por respeto a la intimidad de mi madre no voy a contar de qué la salvó… Cuando Miquel supo que mi madre tenía 2 hijas le dijo que se las podía traer. Nunca supe si mi madre realmente deseaba que viviéramos con ella. Nunca me preguntó por esos 3 años sin ella con papá… Nunca mostró interés por saber qué había pasado, cómo estábamos… Y sobretodo, nunca me dio ninguna explicación de porqué nos dejó con él y qué fue de su vida esos 3 años. Yo descubrí qué fue de la vida de mi madre esos 3 años más tarde cuando Miquel me lo explicó… Siempre tuve mejor relación con él que con ella. 

En septiembre de ese mismo año me fui a visitar a mi padre. Hacía casi 3 meses que no le veía. Os tengo que confesar que esos fueron los mejores días de mi vida con él antes de morir. Me daba miedo verlo y estar con él, pero esos días fueron bellos, como los de un padre y una hija corriente. Para mi lo “normal” era simplemente extraordinario. Pero hubo un final muy triste, tremendamente triste. Demasiado triste. Pasé dos semanas a solas con mi padre. Hablamos, compartimos, vimos películas, paseamos… Llegué a tener la esperanza de que todo había cambiado, que podría tener un padre “normal”. Me sentía feliz y amada y querida por él. Mi padre se había “curado”. Podía tener un padre “normal”. Mi padre me quiso mucho, lo sé, pero me quiso fatal. 

Cuando llegó el día de volver con mi madre. Mi padre cometió un gravísimo error. El peor error que pudiera cometer. Un error fatal. Me pidió que me quedará con él. Textualmente me dijo: 

“Yvonne, no me dejes. Yvonne, no me abandones tu también”.

Qué terrible responsabilidad me daba mi padre. Yo no sabía que decirle, ni qué hacer. Solo sabía que debía subir a aquel tren y volver con mi madre, mi hermana y Miquel. Yo solamente tenía 14 años. Eso no fue lo peor, el segundo gravísimo error que cometió mi padre fue explicarme qué tenía planeado hacer si no me quedaba con él. Me lo explicó con pelos y señales. Nunca debió explicarme esto. ¡¡¡ NUNCA !!!.

Mi padre me dijo que si no me quedaba con él se iba a suicidar, que ya no podía más… Yo sé que esos días se esforzó mucho para que todo fuera bien, pero yo no podía tomar tal decisión en ese momento. Me explicó las dos formas en que lo tenía pensado hacer. Repito, nunca debió contarme esto. Me explicó con todo detalle cómo lo iba a hacer y también me dijo que lo haría el 2 de octubre. El día de su 42 cumpleaños. Para que nunca lo olvidara. Mi padre no se había curado. Estaba desesperado y absolutamente desequilibrado. No podía creer lo que me contaba y en cierto modo mi psique me decía que lo que estaba oyendo no podía ser verdad. Era demasiado “macabro”.

Bien, finalmente subí a ese tren y me fui. No se lo conté a nadie. Mi madre tampoco me preguntó nada sobre esos días con mi padre, ni mostró ningún interés en saber cómo me había ido con él. Terrible la falta de intimidad emocional entre nosotras. Lo viví en silencio como todas las demás experiencias dolorosas y traumáticas de toda mi infancia y adolescencia. Esta era simplemente una más, quizás una de las peores, pero simplemente era una más para mi. No sé que hizo mi cuerpo o mi mente, pero borré por completo de mi mente (de mi psique) esa última conversación con mi padre. No sé cómo lo hice, pero se borró hasta el 3 octubre… 

Siempre he dicho que olvidar ayuda al niño a sobrevivir, no obstante, no ayuda al adulto a sanar. 

El 3 de octubre mi madre recibe una llamada y por la mirada de su cara y su tono de voz y lo confusa y nerviosa que estaba supe que mi padre “lo había hecho”. ¡¡¡ NO !!! Cuando mi madre colgó el teléfono antes de decir nada yo le pregunté: 

“Mamá, ¿ha sido con la bombona de butano o se ha colgado de la viga de la tienda?”

Ella me dijo:

“Se ha colgado”. Y tu, ¿ cómo lo sabes…?”

¡¡¡ Wow !!! Mi padre se suicidó tal y como me había dicho. Y lo hizo el día de su 42 cumpleaños. No me lo podía creer. Estaba en el piso con amigos celebrando su cumpleaños y en un momento los dejó allí a todos y se bajó a la tienda y se colgó. Increíble… Le encontraron al día siguiente. 

Dejó una nota que decía que nadie se sintiera culpable. Que ya no podía sufrir más. Que lo había perdido todo y que necesitaba dejar de sufrir y de hacer sufrir. Pidió disculpas y se despidió. 

Con lágrimas en los ojos escribo esto. Cómo me hubiese gustado poder haber compartido más años y tiempo con aquel hombre tan desesperado. Nunca me sentí responsable por esa decisión que mi padre tomó. Sé que me quería con locura y que le dolía demasiado todo el daño que me había hecho a mi, a mi hermana y a mi madre. No obstante, su muerte si marcó mi vida de una manera muy especial. Cuanto le he echado de menos en momentos especiales e importantes de mi vida. 

No obstante, yo he hecho las paces con él y tengo mis conversaciones con él siempre que lo necesito. Con él estoy en PAZ.

Mi vida seguía después de su muerte y la relación entre mi madre y yo era cada vez más distante, más fría y de mucha rivalidad por su parte hacía mi. Siempre he tenido la sensación de que yo no le gustaba a mi madre. Casi creo que ella me tenía envidia y por eso no podía amarme. Mi madre es una mujer muy insegura, con un discurso engañado increíble y con una gran falta de autoestima. Tengo que confesar que yo dependía emocionalmente de ella de forma obsesiva. Necesitaba de su aprobación, de su mirada, de su reconocimiento. Necesitaba que me amara, que mostrara interés por mi. Estaba desesperada porque me viera y me amara. Pero nada de lo que yo hiciera lo conseguía. Tenía una ilusión infantil de que algún día yo conseguiría que se sintiera orgullosa de mi y me quisiera. Os confieso que incluso años después aún tenía esa misma fantasía. 

Mi vida cambió por completo y dejé de depender emocionalmente de mi madre el día que me di cuenta (ya con 32 años) de que hiciera lo hiciera mi madre no podía amarme como yo realmente y legítimamente necesitaba. No era yo el problema, sino su incapacidad emocional. Ella también tuvo una infancia complicada, como años después pude descubrir. Su madre murió cuando ella tenía 7 años (estuvo años enferma) y la llevaron a vivir con sus dos tías “casi monjas” y solitarias separándola del núcleo familiar: Su padre, sus 3 hermanas mayores y su único hermano menor, Suchi. Quien tanto me ayudó a mi años después. 

Yvonne Laborda

Resumiendo, a los 18 años yo ya no podía más con su abuso emocional, su falta de amor por mi, su inseguridad, falta de autoestima, violencia pasiva y psicológica y su victimismo. Necesitaba huir, irme, que alguien me quisiera, necesitaba salvarme… Necesitaba salir de ese lugar. 

Tenía la esperanza y en algún lugar de mi corazón, tenía la absoluta certeza, de que mi vida podía ser otra. Que podía ser feliz algún día y encontrar personas con quienes me encontrase a gusto y me quisieran. Yo sabía que merecía ser amada. Pensé que simplemente había tenido mala suerte con los padres que me habían tocado. Hoy sé que a pesar de no haber tenido la madre que necesitaba, deseaba y merecía, todo está perfecto así. Yo hoy no sería quien soy ni estaría haciendo lo que hago si hubiese tenido la madre o padre que necesitaba y merecía. 

En aquel entonces tenía un novio y me fui con él, nos casamos. A los dos años me di cuenta que esa relación solamente había sido mi escape, mi excusa para poder huir. Nos separamos. Con 20 años me vi sola de nuevo, pero esta vez sin casa, sin trabajo estable y con una madre que no me dejaba volver a casa. No perdí la esperanza. Sabía que esa vida que yo sentía en mis entrañas y que visualizaba estaba por llegar. Siempre supe que yo estaba llamada a algo más y hoy puedo confirmarlo. 

Busque ayuda en mi tío Suchi, la verdad es que simplemente me acerque a él. Era el hermano pequeño de mi madre. Era espiritual, le gustaba el budismo y el hinduismo. Era vegetariano y abrió un restaurante vegetariano-hindú, era homosexual y podía hablar con él de todo. Nunca hice terapia. Simplemente me rodee de personas que ya eran como yo deseaba llegar a ser y que ya vivían una vida parecida a la que yo deseaba vivir. Quería saber todo sobre ellos: Qué comían, qué leían, dónde iban… 

Estudié, trabajaba de profesora de inglés algunas mañanas y todas las tardes y algunas noches también ayudaba en el pub del pueblo. Me saqué el carnet de conducir, ahorraba todo lo que podía y con 23 años me compré un piso y pude empezar una vida nueva. 

Me hice voluntaria de la AECC (asociación española contra el cáncer) e iba todos los miércoles al hospital con los enfermos terminales, y sobre todo con quienes no tenían familia. Se me despertó mi vocación de ayuda y servicio, descubrí que DAR y AYUDAR a los demás me hacía mucho bien. Esos voluntariados daban sentido a mi vida. Luego me hice voluntaria de alguna ONG (organización no gubernamental), viajé por todo el mundo unos 7 años cada verano y las épocas de vacaciones escolares. Hacia campos de trabajo y viajaba también por placer visitando creo que unos 32 países. Aprendí mucho de esos viajes. Bolivia, India y Nepal dejaron huella en mi. Estuve en el altiplano de Bolivia y también en los orfanatos de María Teresa de Calcuta y con los leprosos y los intocables. Experiencias increíblemente sanadoras y reparadoras. Me estaba convirtiendo en otra persona. 

Mi vocación por servir, ayudar y cuidar ya se había apoderado de mi. Con 20 muy pocos años tomé una de las decisiones más importantes de mi vida. Una mañana me dije a mi misma: 

“Quiero cambiar, quiero mejorar como persona y cuando lo consiga quiero ayudar a otras personas también a hacerlo”.

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Desde ese día mantengo ese compromiso conmigo misma. Empecé a investigar las infancias de mis padres. Yo sabía que la persona en la que me estaba convirtiendo tenía mucho que ver en cómo mis padres me habían criado y tratado. Necesitaba sanar y transformar mi vida. Desde ese día no he parado de crecer cada día de mi vida y desear mejorar como persona, como mujer, como madre, como pareja, como terapeuta, como mentora… 

No obstante, aun había un tema pendiente en mi vida: MI MADRE. Y las dos preguntas que aún me atormentaban. Hasta mis 32 años seguía con una gran dependencia emocional hacia mi madre. Quería visitarla y ver a mi hermana, pero ella no siempre quería que fuera. Tenía que llamarla primero y ella decidía si podía o no ir. Estaba agotada de suplicar y pelear por ser amada y empecé a ver nuestra relación de otra manera. Empecé a tomar dediciones conscientes diferentes y a comprometerme con ellas. El precio que tuve que pagar por ser cada vez más yo misma fue ir perdiendo poco a poco a mi madre.

El 11 de marzo del 2003 pasó algo que cambió el rumbo de mi vida por completo y para siempre. Llamé a mi madre desesperada. Hacía dos días que no había ido a trabajar y necesitaba hablar con ella urgentemente. Necesitaba hacerle esas dos preguntas que siempre tenía en mi mente y ese día todo mi cuerpo pedía a gritos verla y preguntárselo. Lo que pasó ese día me salvó por completo. 

Mi llamada fue tan desesperante que accedió a venir a verme. Yo estaba en pijama, en un rincón del sofá sin fuerzas. Llevaba dos días encerrada en casa sin comer. Era la primera vez que estaba en semejante situación. Me asusté mucho. Pero no podía permitirme un día más en ese estado.

Le abrí la puerta, entró al comedor y me preguntó que qué me pasaba y que si no había ido a trabajar. Le dije que llevaba dos días en casa y que necesitaba hablar con ella. Le hice las dos preguntas que tanto me atormentaban desde hacía años:

“Mare, per què mai m’has estimat i per què vas marxar de casa i ens vas deixar amb el pare? Mai m’has preguntat què va passar aquells anys.”

Traduzco: “mamá, por qué nunca me has querido y por qué te fuiste de casa y nos dejaste con papá? Nunca me has preguntado qué pasó esos años.”

No sé muy bien qué le pasó a mi madre en ese preciso momento pero se “volvió loca”, perdió el control y empezó a decir muchas barbaridades y me culpaba a mí de que era yo quien no la quería, que siempre la culpaba de todo… En fin, creo que algo dentro de mí SÍ se daba cuenta de lo que verdaderamente estaba pasando: Se sentía culpable, se sentía mal, no podía responder a mis preguntas, me amenazaba con irse, se acercaba hacía la puerta y me decía: “pues, me voy”. Incluso llegó a decirme:

“Lo que tu quisieras es que yo te pidiera perdón por todo el daño que te he hecho, ¿no?”

Wow… Esa frase me dejó helada. Lo acababa de hacer. Preguntándome eso ya se estaba disculpando de una manera… Mi madre no podía aceptar todo el daño que me había causado para no tener que sentir el suyo. Debía seguir anestesiada para no sentir y no sufrir. 

Todo empezaba a tener sentido para mi. Las piezas del puzle empezaban a encajar. 

Yo estaba en el rincón del sofá, paralizada. No decía nada, sólo la miraba y ella sola se encendía más y más. En mi interior sabía que se sentía mal y culpable. Incluso llegué a pensar: “pues, quizás en el fondo sí me quiere un poco”, pero no podía reconocer su propio dolor. Yo sólo necesitaba oír un:

 Lo siento, Yvonne, me fui porque estaba tan desesperada que no supe que hacer. Necesitaba salvarme yo. Me equivoqué, perdóname. Te quiero”

Con esas palabras hubiese sido suficiente. No obstante, su anestesia, su culpa y su necesidad de seguir sin sentir su propio dolor la impulsaron a irse con un portazo. Me volvió a abandonar una vez más. Pero esta vez yo ya no era la niña, sino la adulta.

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Lo que más me ayudó a comprender y sanar mi propia realidad infantil fue poder abrirme a sentir todo lo que mi niña interior herida tuvo que reprimir. Sentir y llorar a Yvonne, la niña me liberó.  Mi niña herida fue la única víctima y testigo de todo lo que me pasó. Es ella quien tuvo que vivirlo, sufrirlo y sentirlo y no la adulta, que soy hoy. Resentirla, validarla, nombrarlo todo… fue vital y crucial. Aun hoy la sigo sintiendo, escuchando, dándole voz y teniendo en cuenta. 

Había algo dentro de mí que me decía una y otra vez que yo no tenía la culpa ni era responsable de nada de lo que mis padres me hicieron o no me pudieron dar. Sabía que todo eso que tuve que vivir no debería de haber sido así. Necesitaba saber y aceptar la verdad, mi verdad. 

Cuando mi madre dio ese portazo y se fue algo dentro de mí se organizó (se colocó) y pude entenderlo todo. Tuve una visión mágica. Un súper “click”. Un “insight” como se dice en inglés: Mi madre volvió a abandonarme cuando más la necesitaba. No podía sentirme ni conectar conmigo ya que si me sentía, ella también tendría que sentir a la niña que ella una vez había sido.

La madre de mi madre murió cuando ella tenía 7 años. Había estado enferma durante casi todos esos años, por tanto, no tuvo madre. Es como que su propia madre la había abandonado. Cuando su madre murió, a ella la llevaron a casa de dos tías, las hermanas de su padre. Sus tres hermanas mayores y su hermano pequeño, mi tío Suchi, se quedaron en la casa familiar. Ella se crio fuera del ámbito familiar. Ella fue “abandonada” por su propio padre después de ser “abandonada” por su madre. Mi madre es la única que pudo estudiar. Las demás al ser más mayores tuvieron que trabajar. Ellas pensaban que mi madre fue la más privilegiada y afortunada al poder haber tenido cosas materiales y estudios. No obstante, la vivencia de esa niña y joven seguro fue de mucha soledad y de abandono emocional total. Mi madre estaba sola, pero sus 3 hermanas y su hermano estaban juntos y con papá. 

En ese mismo momento, cuando mi madre dio el portazo, me puse a llorar desconsoladamente. No recuerdo haber llorado tanto en mi vida ni de esa manera. Era brutal. Desgarrador. Lloraba por mí y lloraba por ella, podía sentir en mis entrañas su desespero y su dolor. El abandono que ella vivió de un modo inconsciente lo proyectaba en mí.

Ese mismo día tomé la decisión más importante y, a la vez, más difícil de mi vida: 

Me dije: “No puedo más, esta relación me está matando”. 

Simplemente decidí no llamarla más. Necesitaba que fuera ella quien llamara o viniera si realmente lo deseaba. Yo sabía que yo SÍ la quería y que la necesitaba y que SIEMPRE estaría si me necesitaba. Hoy puedo seguir diciendo que SIEMPRE estaré si algún día puede venir. Pero ese día no podía soportar más su rechazo y su negativa. No me dejaba vivir. No podía ser yo. Ella me tenía secuestrada emocionalmente hablando. Necesitaba cortar ese cordón umbilical. Ese día fue el último día que la llamé y que la vi. Hoy en 2020, han pasado 17 años y nunca ha querido saber de mi.

Triste final, muy triste… Lo sé… Pero esa decisión me salvó la vida y me ha permitido llegar a ser quien soy hoy. 

Ese mismo año, 5 meses más tarde me fui a hacer el Camino de Santiago a pie sola. Una ruta de casi 900km. ¿Y sabes a quien conocí allí? Al gran amor de mi vida: ANDREU… El final de la historia ya lo sabes… 

Mamá, te quiero no sabes cuanto y quiero que sepas que yo sigo esperándote. 

Nota: Si te estás preguntando porqué yo nunca he tomado la decisión de volver a ella o llamarla. Decirte que sí la llamé en 2014 cuando nos fuimos a Escocia y me dijo que no quería saber nada más de mi ni de mi familia. No conoce a Andreu ni a sus nietos Ainara, Urtzi y Naikari. Tengo cierta relación con Miquel, su pareja y él le pasa información, pero ella sigue sin desear nada de mi. 

Me duele tanto saber lo que se ha perdido como abuela. Ufff… Esta es mi verdad. 

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Crianza consciente

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