Disciplina versus Libertad y Respeto

En primer lugar me gustaría hablar sobre cuál es la intención real que tenemos al querer disciplinar a los niños. Imponer disciplina no deja de ser un acto conductista: hacerle algo a alguien para que haga lo que nosotros queremos o necesitamos.

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En primer lugar me gustaría hablar sobre cuál es la intención real que tenemos al querer disciplinar a los niños. Imponer disciplina no deja de ser un acto conductista: hacerle algo a alguien para que haga lo que nosotros queremos o necesitamos. Propongo revisar la creencia de que imponer disciplina para conseguir fomentar o corregir comportamientos, cualidades o valores en los niños no es precisamente lo que ayuda a un niño a llegar a SER él mismo ni le conecta con su SER esencial ni saca lo mejor que hay en él. Más bien le desconecta de la persona que ha venido a ser, de sus verdaderas pasiones, intereses, deseos o curiosidades ya que está más pendiente de satisfacer y obedecer a los adultos para obtener mirada y ser valorado que en escucharse a sí mismo. Un niño no puede ser él mismo a menos que tenga un adulto que le respete sus necesidades, ritmos, intereses y habilidades en la medida de lo posible.

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La auto-disciplina que muchos niños y adolescentes se auto-imponen para sentirse reconocidos, aceptados y merecedores de amor no es un verdadero interés, una curiosidad real ni una motivación intrínseca que muchos adultos queremos fomentar.

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Lo que muchos adultos pretendemos es que los niños tengan auto-disciplina para que se conviertan en adolescentes y adultos exitosos, ¿verdad?

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La auto-disciplina se considera una cualidad positiva, no obstante, habría que verlo desde el interior de la vivencia real infantil. La auto-disciplina no deja de ser un acto de obediencia a la autoridad. Muchos niños tienen interiorizado (introyectado) que deben hacer esto o lo otro para satisfacer a sus padres o profesores. Son auto-disciplinados para poder seguir sintiéndose bien y evitar sentir ansiedad, estrés o culpabilidad. La auto-disciplina no se puede “enseñar” sino que se impone-introyecta a modo de poder llegar a controlar la fuerza de voluntad. La necesidad de mirada y aprobación es su mayor objetivo y los niños harán lo que sea para poder obtenerlo.

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Si la escuela les exige hacer tareas no debemos olvidar que eso viene impuesto desde fuera y la mejor forma para ayudar a un niño no es obligándole sino acompañándole con amor y respeto. Al validar sus emociones o su falta de interés se siente tenido en cuenta y escuchado. A mayor conexión, más cooperación. El grado de implicación que un niño muestra en una tarea está estrictamente relacionado con el grado de interés que tiene. La mirada no debería estar en ver qué podemos hacerle al niño para que haga eso que queremos. Más bien podríamos pensar en cómo hacer que la tarea sea más interesante para él.

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En primer lugar, me gustaría hablar sobre cuál es la intención real que tenemos al querer disciplinar a los niños. Imponer disciplina no deja de ser un acto conductista: hacerle algo a alguien para que haga lo que nosotros queremos o necesitamos. Propongo revisar la creencia de que imponer disciplina para conseguir fomentar o corregir comportamientos, cualidades o valores en los niños no es precisamente lo que ayuda a un niño a llegar a SER él mismo ni le conecta con su SER esencial ni saca lo mejor que hay en él. Más bien le desconecta de la persona que ha venido a ser, de sus verdaderas pasiones, intereses, deseos o curiosidades ya que está más pendiente de satisfacer y obedecer a los adultos para obtener mirada y ser valorado que en escucharse a sí mismo. Un niño no puede ser él mismo a menos que tenga un adulto que le respete sus necesidades, ritmos, intereses y habilidades en la medida de lo posible.

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La auto-disciplina que muchos niños y adolescentes se auto-imponen para sentirse reconocidos, aceptados y merecedores de amor no es un verdadero interés, una curiosidad real ni una motivación intrínseca que muchos adultos queremos fomentar.

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Lo que muchos adultos pretendemos es que los niños tengan auto-disciplina para que se conviertan en adolescentes y adultos exitosos, ¿verdad?

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La auto-disciplina se considera una cualidad positiva, no obstante, habría que verlo desde el interior de la vivencia real infantil. La auto-disciplina no deja de ser un acto de obediencia a la autoridad. Muchos niños tienen interiorizado (introyectado) que deben hacer esto o lo otro para satisfacer a sus padres o profesores. Son auto-disciplinados para poder seguir sintiéndose bien y evitar sentir ansiedad, estrés o culpabilidad. La auto-disciplina no se puede “enseñar” sino que se impone-introyecta a modo de poder llegar a controlar la fuerza de voluntad. La necesidad de mirada y aprobación es su mayor objetivo y los niños harán lo que sea para poder obtenerlo.

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Si la escuela les exige hacer tareas no debemos olvidar que eso viene impuesto desde fuera y la mejor forma para ayudar a un niño no es obligándole sino acompañándole con amor y respeto. Al validar sus emociones o su falta de interés se siente tenido en cuenta y escuchado. A mayor conexión, más cooperación. El grado de implicación que un niño muestra en una tarea está estrictamente relacionado con el grado de interés que tiene. La mirada no debería estar en ver qué podemos hacerle al niño para que haga eso que queremos. Más bien podríamos pensar en cómo hacer que la tarea sea más interesante para él.

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Lo triste es que dichos padres o profesores no están mirando al niño sino a los logros del niño. Nuestra mirada debería estar más en QUÉ es lo que hacen y no tanto en CÓMO lo hacen. Algunos niños y adolescentes muy aplicados pueden ser en realidad seres ansiosos con una gran necesidad de aprobación y motivados por la necesidad de sentirse bien consigo mismos y de ser dignos y merecedores de AMOR. Poco tiene que ver esta auto-disciplina con:

  • La pasión
  • La curiosidad
  • La motivación intrínseca
  • Los intereses
  • Los deseos

 Como comenta Alfie Khon:

“Los niños con un alto sentido del deber pueden estar sufriendo lo que la psicoanalista Karen Horney llamó “tiranía del deber-ser”, hasta tal punto que ya no saben qué es lo que quieren verdaderamente o quienes son en realidad”.

 

Sufren una desconexión brutal de su SER esencial y eso se paga en la vida adulta. No sabemos qué queremos, no somos capaces de tomar decisiones, nos sentimos inseguros, seguimos dependiendo de la aprobación de los demás… Actualmente se fomenta más el triunfo de la mente sobre el cuerpo, la razón sobre el deseo y la voluntad sobre las necesidades. Esta actitud nos puede llevar a ser muy perfeccionistas de mayores y no poder permitirnos bajar las expectativas o incluso obsesionarnos por el orden, por ejemplo.

La disciplina no sólo se trata de imponer o fomentar la constancia en el tema académico sino que también se intenta implementar en los hogares manteniendo el orden y la limpieza.

Como ya sabemos los niños pequeños empiezan a aprender del mundo imitando todo aquello que ven que hacemos. No obstante, el grado de exigencia que reciben puede satisfacer nuestra necesidad de control y orden pero no les ayuda a ellos a ser más constantes. Al contrario, pueden llegar a resistirse.

Nuestro ejemplo y nuestra actitud serán muy importantes a la hora de hacer las tareas domésticas. Si para nosotras/os ordenar o limpiar es un fastidio y ellos lo perciben con nuestras quejas constantes y nuestros pedidos no les invitara a querer hacerlo.

El propósito del orden es hacernos la vida más cómoda y fácil, ¿verdad? Entonces podemos empezar por ayudarles a ellos a tener sus cositas bien dispuestas, a la vista, a su alcance… para que puedan ver y sentir las ventajas de tener las cosas “en su sitio”. Solemos exigirles orden en la casa o en sus habitaciones cuando nosotras/os tenemos la necesidad y no ellos.

Repito, la relación con nuestros hijos debería ser lo primero y luego todo lo demás vendrá por sí sólo. Si necesitamos ayuda es legítimo pedirla y la podemos pedir con amor y respeto. Cuando obligamos y ordenamos nos desconectamos y enfadamos.

Hay muchos adultos muy obsesionados por el orden o la limpieza y no pueden relajarse y dar prioridad al bienestar. Dichos adultos necesitamos orden externo y poder controlarlo todo para poder mantener un orden interno. No podemos permitirnos no serlo. La exigencia que recibimos de niños y el caos vivido nos hace no ser libres psicológicamente hablando. No hay libre elección sino mal estar cuando no podemos controlar.

Exigiendo obediencia y ejerciendo el control y el poder sobre los niños aun pensando que es por su propio bien tiene sus efectos secundarios. Y muchos adultos los padecemos pero no somos conscientes de ello. No se suele dejar lugar para la capacidad de elegir en cada situación si merece la pena perseverar. Tenemos la creencia de que los niños no harán “nada” de provecho sino son “obligados” o forzados. Precisamente es totalmente al contrario. Seguimos tratándoles así porque así fuimos tratados. Los adultos no confiaron en nosotros y especialmente mamá, tampoco. Por tanto crecemos creyendo que hay que disciplinar.

La verdadera motivación intrínseca no se consigue obligando o pidiendo a los niños que lean, por poner un ejemplo. Cuando alguien lee un libro y el relato le parece interesante o la información valiosa no podrá dejar de leer. Si utilizamos las recompensas y los premios o los castigos para conseguir que hagan algo, nos estamos engañando y les estamos desconectando. El énfasis recae en el premio o en evitar el castigo pero NO en la actitud o la tarea que queremos fomentar. El querer motivar externamente apaga la motivación intrínseca, la que viene de dentro, del corazón.

Cuando uno está interesado de verdad en algo, cuando algo tiene verdadero sentido para nosotros lo haremos lo mejor que podamos. Si pedimos a los niños desde nuestra necesidad (desde el YO) en vez de exigirles y hablarles desde la crítica o el juicio y les explicamos el porqué de aquello  que pedimos es más probable que puedan conectar con nosotras necesidades y empatizar para luego colaborar. Ya he comentado en muchas ocasiones que la conexión emocional y el anteponer la relación con nuestros hijos es lo más importante.

Muchos adolescentes hipotecan sus vidas presentes por un futuro imaginario. Se convierten en expertos de superar exámenes en materias que no les interesan lo más mínimo y que a corto plazo olvidan. Las notas altas son un marcador pésimo para medir lo que realmente les interesa o apasiona. Aprender no depende de lo que los estudiantes hacen sino de cómo ven y construyen lo que hacen. Y el sentido que “eso” tiene para ellos. Muchos niños y adolescentes ven y sienten sus preferencias negadas y sus deseos no válidos. Esto les lleva a luchar por dominarlos y negarlos. No se puede “anular” quien ya somos o quien hemos venido a ser. En muchas ocasiones, gran parte del SER esencial es relegado a la sombra y más adelante nos pasaremos media vida en su busca.

Un alto grado de auto-control nos lleva a una vida emocionalmente más pobre. La falta de auto-disciplina no siempre es “mala” ya que da lugar a más:

  • Espontaneidad
  • Flexibilidad
  • Improvisación
  • Disponibilidad
  • Creatividad
  • Adaptabilidad
  • Conexión con uno mismo
  • Comprensión hacia los demás
  • Empatía
  • Menos auto-exigencia
  • Menos trastornos obsesivos compulsivos
  • Tolerancia

Los niños internalizan (introyectan) algunos de nuestros valores siempre y cuando nos vean y lo experimenten. Los niños no hacen lo que les decimos sino lo que les hacemos o nos ven hacer. Cuando exigimos mucho a los niños y mostramos actitudes negativas hacia ellos cuando algo nos molesta, ellos lo viven como agresivo y también lo introyectan.

¿Qué ocurre con todas esas experiencias negativas vividas en la infancia? De adultos nos salen en forma de reacciones emocionales automáticas. Perdemos el control, nos ponemos nerviosos, les gritamos e incluso les pegamos. Toda la rabia, frustración e impotencia que sentimos de niños se la proyectamos a nuestros hijos cada vez que nuestro cuerpo conecta con una vivencia emocional similar. Cuando en el presente conectamos con aquello que sentimos de niños pero que no pudimos expresar. Eso que mandamos a la sombra sale contra la persona equivocada y descontroladamente.

El grado de exigencia que les pedimos a nuestros hijos o alumnos tendrá MUCHO que ver con el lugar de dónde venimos y cómo fuimos nosotros tratados.

Somos pocos los adultos que intentamos permitir a los niños ser quienes ya son para luego poder ayudarles a convertirse en quienes han venido a ser.

Si realmente queremos un cambio de paradigma necesitamos cambiar la creencia de que HAY QUE esforzarse y trabajar más duro. Uno se esfuerza cuando “eso” que quiere hacer es importante y valioso para uno y no cuando alguien desde fuera dice que lo es. Lo que realmente deberíamos fomentar es que los niños puedan vivir con pasión, ser ellos mismos y seguir conectados con su ser esencial.

 

 

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